En el marco de la concientización sobre el autismo, es crucial comprender su naturaleza multifacética. Si bien se usa comúnmente el término autismo, su diagnóstico correcto es Trastorno del Espectro Autista (TEA), reflejando la singularidad de cada individuo afectado. Este trastorno neurológico, cuya causa precisa aún se desconoce, se manifiesta de diversas formas y puede estar vinculado a otros trastornos neurobiológicos.
Las personas con TEA exhiben dimensiones alteradas, afectando la interacción social, el lenguaje expresivo y receptivo, así como las habilidades de participación. Además, muestran inflexibilidad en actividades no preferidas y comportamientos estereotipados, como movimientos repetitivos de manos o giros.
Identificar el autismo en la infancia temprana es fundamental. Señales como la falta de respuesta al nombre, escasa interacción social y ausencia de juegos simbólicos pueden alertar a las familias y profesionales de la salud. Los especialistas disponen de diversas herramientas y pruebas diagnósticas para confirmar el TEA, incluyendo evaluaciones médicas, informes escolares y observaciones clínicas.
La plasticidad cerebral ofrece esperanza, permitiendo que las personas con autismo puedan adaptarse y comprender su entorno a través de terapias y apoyos adecuados. Sin embargo, es crucial limitar el tiempo frente a dispositivos electrónicos y fomentar el contacto visual, el diálogo y los juegos para contrarrestar la tendencia de los niños neurodivergentes a refugiarse en las pantallas.
La detección temprana, la derivación oportuna y la intervención interdisciplinaria son pilares fundamentales para abordar los desafíos del lenguaje, la comunicación y la interacción social en los niños con TEA, permitiéndoles desarrollar todo su potencial en un entorno inclusivo.